Thais Aguilar
Apostar por las mujeres…de verdad
Días atrás, dos sucesos sacudieron las redes sociales y las corrientes de opinión en la pequeña Costa Rica, el video del lanzamiento de un gato desde el sétimo piso de un condominio ubicado en San José capital y el femicidio de madre e hija en la zona de León Cortés al sur de la provincia de San José.
Para la comunidad que defiende el buen trato hacia los animales, el video fue especialmente cruel y escandaloso. Rápidamente se identificó al agresor y pocos días después, el autor del maltrato animal envió una declaración escrita a los principales medios de comunicación, pidiendo disculpas y anunciando que se entregó voluntariamente a la justicia para ir a juicio. Cabe recordar que, desde junio del 2017, Costa Rica cuenta con una ley que castiga con penas de cárcel de hasta un año a quien maltrate a un animal.
Prácticamente un día después, la ciudadanía se enteraba por medios de comunicación y redes sociales, del doble femicidio de madre en hija, además del incendio de su casa. Desde 1996, Costa Rica tiene una ley contra la violencia doméstica que establece diversos tipos de acciones de protección a las mujeres afectadas por algún tipo de violencia e impone de 20 a 35 años de cárcel por un femicidio.

¿Cuál vida vale más?
La concienciación de la sociedad alrededor del buen trato a animales domésticos y salvajes es cada vez mayor en nuestras sociedades, al punto de generar reacciones de sanción social sin precedentes; empero, no podríamos decir lo mismo del caso del femicidio. Esta última afirmación es una percepción personal sin ningún argumento científico social, puesto que habría que hacer un estudio cuantitativo y cualitativo de estas manifestaciones sociales, pero muchas personas coincidirán conmigo que, culturalmente, nuestras sociedades siguen adormecidas y poco impactadas ante la violencia de género y los femicidios.
Cabe resaltar que una de las formas de socialización masculinas para romper con la sensibilidad y la empatía con otros seres humanos, es, precisamente, la tortura y maltrato hacia los animales, de manera que, aunque sean actos aparentemente desvinculados, en términos de manifestaciones culturales violentas guardan una íntima relación. Ambas son evidencias de una masculinidad tóxica violenta y normalizada que debemos de combatir y erradicar con empeño, comprensión y concienciación.
¿Cabría procurar cambios sociales donde la sanción social del agresor de mujeres sea tan contundente como la del maltratador de animales?
Para José Manuel Salas, sicólogo, masculinista y fundador del Instituto Wem, el peso de la sanción contra el agresor apenas existe en nuestras sociedades, por lo que no es de extrañar que cause más revuelo el crimen contra el gato que el femicidio de madre e hija. “En el momento en que se empieza a ver esa sanción –contra un agresor o feminicida-- como algo cultural y social, se pone en peligro el patriarcado como institución ideológica. Empero, la sanción social es muy superficial porque las prácticas sociales prevalecen y debe impregnarse en los espacios públicos para que impregne en lo social”, argumenta.

Apostar por las mujeres
Es una lástima que los femicidios y la violencia de género no genere la misma indignación general que provoca el maltrato a un animal doméstico. Eso dice mucho de nuestras sociedades y cómo tenemos de trastocados nuestras prioridades.
Y es que la violencia de género, violencia intrafamiliar o violencia machista como se le conoce en diferentes países del continente, se ha incrementado en este periodo de confinamiento debido a la pandemia; de acuerdo con datos la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) de la Organización de Estados Americanos (OEA), en estos meses de emergencia sanitaria se ha incrementado hasta en un 80% las llamadas a las líneas de atención y orientación en casos de violencia contra mujeres.
Muchas personas y organizaciones que trabajamos en temas de violencia de género, advertimos de la delicada situación en la que podían estar muchas mujeres y sus familias con el confinamiento, ya que numerosos estudios recalcan que el lugar menos seguro para las mujeres y su prole, es el hogar pues es allí donde suceden la inmensa mayoría de los femicidios; el incendio de su humilde casa y la aparición de los cuerpos de madre e hija a pocos metros de la vivienda es un macabro ejemplo de esta afirmación.
Tenemos años de hablar de la violencia de género y de calificarla con una pandemia para las mujeres a nivel global; de hecho, el pasado 3 de junio se conmemoró el primer quinquenio del movimiento #Niunamenos, un colectivo de protesta surgido en Argentina en el 2015 que se opone a la violencia contra las mujeres y su consecuencia más grave y brutal, el femicidio.
Llevamos años implementando legislación nacional e internacional que reconozca y sancione integralmente la violencia de género en todas sus formas, tanto de la violencia intrafamiliar, la violencia sexual, la violencia simbólica, la laboral, la salarial, la sicológica y la patrimonial; pero, sin duda, la que sigue causando más estupor e indignación es la violencia intrafamiliar y el femicidio íntimo.
Este es el que más efectos devastadores tiene sobre las mujeres y sus familias, el más desgarrador y que más indignación provoca debido a la atención mediática que desata, habrá de ser por la muerte de la mujer a manos de quien, social y culturalmente debería amarla, apoyarla y cuidarla.
Los Gobiernos, como nuestros representantes máximos de organización de la ciudadanía, así como los organismos internacionales que procuran velar por los derechos humanos de las mujeres y las sociedades en general, DEBEN apostar por las mujeres y sus vidas, invertir clara y contundentemente para resguardar su vida y la de sus familias. DEBEN demostrar aprecio real y sincero por la vida de las mujeres y ante una denuncia de violencia, las acciones deben estar enfocadas en:
Apostar por las mujeres como lo que son, la mitad de la población.
Priorizar la seguridad de las mujeres y su prole, su estabilidad emocional, sicológica y económica, ya que la estructura que ella lidera debe seguir funcionando para el bienestar personal y colectivo.
Sacar al agresor del domicilio y constituir albergues para hombres maltratadores donde trabajen su masculinidad tóxica.
El peso de la sanción social –además de la judicial-- DEBE ser para los maltratadores y ello tendría que ir acompañado de investigaciones prioritarias y eficaces, para sancionar de forma contundente la violencia de género. Esto enviaría un mensaje de seguridad muy potente para las mujeres y para el resto de la población de que este tipo de crímenes no van a ser tolerados ni permitidos.
Procesos judiciales y de sensibilización para hombres
Maricel Salas, sicóloga especialista en género y acoso sexual, me da la razón en que, ante una situación de riesgo, en lugar de sacar a la mujer y su prole del hogar, incomodando y obstruyendo aún más la vida familiar, es el agresor el que debe salir y obligarlo a pedir ayuda en grupos de hombres que trabajan su masculinidad tóxica y que él decida si desea integrarse a uno.
“Y por supuesto que la prioridad deben ser la mujer y los infantes que viven con ella”, enfatiza.
En efecto, personal de la judicatura del Poder Judicial de Costa Rica, me señaló hace unos años que muchas mujeres lo que quieren es que se acabe la violencia, no la relación de pareja, y que al poner las denuncias sobre violencia lo que procuran es que a su pareja se le obligue a entrar en un grupo de hombres que estén trabajando sobre sí mismos para erradicar su comportamiento violento.
José Manuel Salas prioriza además la conformación de grupos de hombres que sirvan de contención cuando se ha consumado un acto de violencia contra la mujer; la idea es que el agresor pueda revisar en un grupo con otros hombres, su masculinidad y no recomienda la terapia individual.

“Ante una situación de violencia, en Costa Rica se puede llamar al 911 que enlaza con un servicio de WEM para situaciones de violencia y que ayuda a contener la situación y para que los hombres se expresen”, explica. Esta línea existe desde hace más de 15 años.
Las leyes no son perfectas y en ocasiones, el peso contundente del patriarcado como imperativo cultural, nos obliga a revisar con cuidado los alcances de las leyes contra la violencia de género con el fin de mejorarlas aún más.
Pero cabe preguntarse si los Estados deberían apostar de manera contundente por las mujeres y sus vidas.
Érick Quesada, de la Red de Hombres por la Igualdad de Género en el Sector Público de Costa Rica, está de acuerdo en parte con esta premisa, aunque advierte que “poniendo énfasis en el respeto absoluto al debido proceso en los mecanismos judiciales correspondientes”. Él apuesta más por la educación en el sistema educativo formal y la que pueda generarse desde la sociedad civil.
“Los Estados deben generar políticas públicas integrales para promover la igualdad de género y la no violencia desde edades tempranas. El sistema educativo tiene una gran participación en este sentido, pero también esto puede pensarse desde iniciativas locales-comunitarias. El desarrollo comunal, al tener una arista social, debe dimensionar y dirigir esfuerzos para abordar la violencia de género, dimensionarlo tanto como un problema de salud pública, como una patología social y un obstáculo para el desarrollo”, explica.
Quesada sugiere, además, propiciar un diálogo permanente y crítico entre las redes de organizaciones comunitarias e instituciones estatales. La organización social debe ser propositiva y crítica, y llevar al Estado a asumir sus responsabilidades.
“Las tecnologías de la información brindan la posibilidad de dar soporte a procesos educativos críticos por parte de redes de organizaciones con grandes fines en común, como lo podrían ser las que trabajan por la igualdad de género y en pro de los derechos humanos en sus diferentes causas. Forzadamente, la pandemia nos ha mostrado el potencial que estas plataformas tienen mediante cursos, sesiones en vivo, webinars, paneles de discusión y análisis”, añade.

Para Maricel Salas, la carga de la prueba debe pesar sobre la supuesta persona agresora, en efecto, pero reconoce que esto podría volverse en contra de las mujeres, porque muchas veces ellas no denuncian por diferentes motivos, pero algunos de ellos anteponen denuncias por violencia y, para efectos de la justicia, la primera persona que llegue a denunciar esa debe ser atendida porque no hay ningún antecedente en su contra, de ahí la importancia de conminar a las mujeres a que denuncien los episodios de violencia, aunque continúen con su pareja.
José Manuel Salas, por su parte, está de acuerdo en cambiar las prioridades sociales y de política pública y apostar por las mujeres y su prole. “No hay duda, debe ser una política pública que atravesiese todo, la educación, el acceso al dinero, a todo; expertos como el Nóbel de Economía Amarthya Sen han hablado de ello”.
“Los hombres debemos –además-- tomar conciencia a largo plazo, revisando y desmontando entre hombres nuestra propia masculinidad y luego entablando un diálogo respetuoso y productivo donde escuchemos a las mujeres y lo que tienen que decirnos”, reconoce.
Según la experiencia del Instituto Wem tratando situaciones de violencia machista, la agresión física tiende a ser más controlada por los hombres, pero la violencia simbólica es la más difícil porque es la más ideológica. “Son miles de años de socialización y educación en esas formas de violencia que se concretan en los micromachismos cotidianos y perversos”, señala el experto académico e investigador universitario.
Cambiar prioridades
Para Maricel Salas, Érick Quesada y José Manuel Salas hay que trabajar con niñas y niños y desde la infancia hasta la adultez mayor, entre otras cosas, para ir corrigiendo la insensibilidad social ante la violencia de género.
Quesada, como ya señalé, apuesta fuertemente por la prevención desde la infancia para ir gestando cambios culturales en igualdad. “Muchos grupos de hombres a nivel internacional, desde enfoques pro feministas, antisexistas y de hombres igualitarios --porque también están los men´s rights neo machistas--, trabajamos por invitar reflexionar y a hacer el cambio conductual a los hombres jóvenes y adultos para que asuman la corresponsabilidad, por ejemplo, en las labores domésticas y de cuido de las personas. Los esfuerzos deben dirigirse a pensar en una socialización diferente que les brinde a los hombres desde niños, las posibilidades de desarrollar estas habilidades, de comprometerse con ellas y de disfrutarlas plenamente.

Maricel Salas confirma que existen grupos de hombres que han comprendido que la masculinidad tal y como les fue enseñada, le hace daño a ellos y las personas a su alrededor y están reaprendiendo a relacionarse, pero no son suficientes.
“La educación formal y la informal recibida del entorno, de los medios de comunicación y muchos otros ámbitos tendrían que asumir la responsabilidad de impulsar ese cambio y ello no es muy fácil porque hombres y mujeres no siempre tienen claro la necesidad de tal cambio. Lejos de eso, muchos dirigentes en Gobiernos, iglesias y en las empresas han decidido darle un nombre de enemigo a ese cambio, “ideología de género” y están sembrado una especie de temor a todo lo que signifique avance hacia la igualdad porque, según esas personas, la igualdad significa borrar los sexos y sus especificidades y esto es muy grave”, advierte Maricel Salas.
La erradicación de la violencia de género y sus nefastas consecuencias sociales, culturales y económicas, requiere de acciones concertadas en diversos ámbitos y una toma de conciencia para poder concatenar hechos aparentemente desasociados como el maltrato animal y la violencia de género y los femicidios.
